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Cristina y Sandra se cruzan los miércoles por la tarde, pero ellas probablemente no lo saben. Una va de Briviesca a Miranda de Ebro a hacer un curso y la otra, mirandesa, se desplaza a Burgos un día a la semana para preparar las oposiciones en una academia. Ambas cogen el Regional Exprés que para en la capital de la Bureba y en Pancorbo, con apenas una hora de diferencia pero en sentido contrario, y pueden elegir el asiento que les apetezca cada día.
Viajan prácticamente solas, o como mucho con otros dos o tres compañeros de vagón. Leen, escuchan música, trastean el móvil rogando por que aguante la cobertura. Eso hasta hoy, porque a partir de mañana con los cambios en los horarios ferroviarios de las líneas de media distancia no saben cómo podrán desplazarse para continuar los estudios.
El pasado miércoles, cuando las modificaciones horarias todavía no habían entrado en vigor pero ya se rumoreaban entre los vagones, un fotógrafo y un redactor de Diario de Burgos comprobaron el funcionamiento de los regionales exprés que paran en Briviesca y Pancorbo, dos de las estaciones más amenazadas de la provincia. Fueron puntuales, fueron cómodos, no fueron tan baratos y desde luego fueron casi vacíos.
Tomamos en Pancorbo el convoy que, procedente de Miranda de Ebro, pasaba por el desfiladero a las 19,30. Sin contarnos a nosotros, había cuatro pasajeros en los tres vagones de la composición. En Pancorbo se bajó un hombre de mediana edad y en Briviesca nadie se apeó del tren. La vuelta, fijada para las 20,50, no fue más multitudinaria: solo se subieron los periodistas, en todo el tren había 8 ocupantes y en Pancorbo se bajaron dos chicas jóvenes. Ellas eran las únicas que iban con maletas, el resto apenas con un maletín o un pequeño bolso que les delataba como viajeros habituales por motivos de trabajo o estudios.
Los datos, por tanto, avalan los argumentos de Renfe que aluden a la baja demanda para cerrar servicios o reducir las frecuencias, pues es evidente que tres vagones con 6 personas en total no pueden ser rentables. La cuestión es por qué el servicio ferroviario ha llegado hasta ese punto y quién es el responsable de la huida.
Los pasajeros consultados a bordo lo tienen claro: «Nos están echando del tren», decía uno que prefirió no decir su nombre, porque además de usuario es trabajador de Renfe y no es cuestión de complicarse con la empresa. Aluden a que los horarios no están bien pensados para ir a hacer trámites, a estudiar o a trabajar, o a que los precios pueden resultar excesivos. El trayecto entre Briviesca y Pancorbo, por ejemplo, cuesta 3,10 euros. Y entre Briviesca y Burgos casi 6. Mucho más barato que coger el coche, desde luego (sobre todo si pensamos en el peaje de la autopista) pero no tan competitivo frente al autobús.
Y aquí entra otro factor de comparación: la ubicación de las terminales. Mientras la de autobuses está pegada al centro histórico, en el caso de la capital todos los usuarios del servicio ferroviario señalan que «la estación está lejos de todo». Cuando llegan a Rosa de Lima Manzano se encuentran un páramo desde el que las frecuencias de autobuses no son idílicas, donde puedes tardar más en llegar al centro que lo que te ha costado venir desde Briviesca y donde los taxis hasta la plaza de España o la Plaza Mayor pueden salir por 6 o 7 euros, lo mismo que el billete de tren.
Pero sobre todo las quejas de los usuarios (y también de los profesionales de la operadora, cansados de que su futuro se vincule a los vaivenes políticos, a los cambios de Gobierno y a la ‘limpieza’ de directivos que conlleva cada elección) se dirigen a la falta de información con la que Renfe trata a sus viajeros. «No tengo ni idea de cómo me lo montaré la próxima semana si finalmente quitan este tren», decía Sandra. «Si lo veo mal, pues cogeré el coche», admitía Cristina. Lo mismo que les ocurre a Briviesca y Pancorbo le pasa a la estación de Villaquirán, situada al sur de la capital burgalesa, que era la tercera estación con parada de trenes regionales de la provincia y la que menos viajeros tenía.
Con ese panorama no es de extrañar que la utilización de los trenes regionales haya perdido fuelle en los últimos años, hasta el punto de poner en cuestión su rentabilidad y su viabilidad.
 
las que ya cerraron antes. Lo que está ocurriendo con estos servicios no es nuevo. Ya pasó con las líneas de Valladolid-Ariza, que en su día dejó de circular por Aranda, con el Santander-Mediterráneo, que vertebró durante décadas la mitad norte de la provincia y ha acabado levantado, o con el directo Madrid-Burgos, que tras unos años de paulatina caída está abandonado con la excusa de un hundimiento en el túnel de Somosierra.
El caso de la línea Madrid-Irún, que es la que atraviesa la provincia haciendo una diagonal que arranca en Palencia y acaba en Miranda de Ebro, no se prevé tan drástico. No puede cerrar porque sigue siendo el único corredor de mercancías entre la meseta y el Cantábrico oriental y porque la línea de alta velocidad llamada a absorber muchos de sus pasajeros ni está ni se la espera a corto plazo.
El AVE Valladolid-Burgos está pendiente de un túnel en Estépar paralizado hace meses y el Burgos-Vitoria ni siquiera ha arrancado. El Gobierno vasco ha alertado de la posibilidad de que no se construya y se sustituya por una simple tercera vía, adaptada al ancho europeo, sobre la plataforma actual. Por eso, la línea convencional no puede cerrarse, pero sí convertirse cada vez más en un reducto para grandes líneas y bolsillos con posibilidades, mientras los pueblos y los que buscan lo barato se ven condenados a quemar gasolina, recurriendo al autobús o compartiendo coche en la peligrosa carretera N-I.
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Diario de Burgos